A remo del viento
José Ángel Lizardo. Poesía
Sushi de haikús
La taxidermista
Armida dijo
Mañana disecaré
al elefante
No soporto su
memoria prodigiosa
en mi safari
El Rey de los pesados
oyó en sueños
el ultimátum
de Armida luego
la aplastó con su baile
de toneladas
“Ruega por ella”
coreaban cazadores
en el velorio
Cien paquidermos
machacan a cetreros
en estampida
Explícamelo
Yoko te desmadejas
y no eres hilo
Es tan pequeña
la tarde que la escondes
entre tus alas
Si te inventaron
para pinchar ¡pínchalo!
donde más duele
Pobre Pinocho
le podaron la nariz
y sus mentiras
Hormiga-Goliat
puedes cargar cincuenta
veces tu peso
Equilibrista
del aire nadas dorso
y mariposa
No insistas Mimí
en ser diva de ópera
ladrar no es cantar
El cuervo admira
a Flora porque pinta
los pensamientos
Tienes corazón
de bonsái poca raíz
y poco abrigo
Mientras escribes
las ideas surfean en
tu materia gris
El tiempo es oro
cada vez que lo asalto
ando cuajado
Nueve lunas
La arena se obstina
en ser duma
de nueve lunas.
Anclan golondrinas
en el puerto
de esa ola de vida.
¿Qué tanto pesca el oído
sobre los poros
de su mar adulto?
El navegante
no muerde el anzuelo,
prefiere jugar
en el columpio materno.
Las palabras se aglomeran en la playa.
Todas quieren ponerle
un nombre al capitancito
que pronto arribará
en una trajinera de pañales.
Godoy Centzuntli
A don Luis Sandoval Godoy
El pájaro prestidigitador
de pretéritos y presentes
está de fiesta.
Celebra en lo más alto
la odisea de su acervo.
Siendo Ulises del aire
también es labriego.
Cada vez que siembra
en los surcos del tiempo
cosecha historias en abundancia
a pesar de los tordos.
Centzuntli acuarelista
se sirve del color de las pitayas
para describir la tierra pródiga,
los relámpagos de agua
y la noche que se enmascara
y danza con los tastoanes.
Luego viene a contarnos
los decires del pueblo
a través de las nómadas voces del viento.
Cierto, ya no tiene las alas del sinsonte
que sube como ráfaga
para saludar la mañana.
No obstante, todavía sorprende al árbol
con un canto nuevo
y cautiva al caminante
con racimos de relatos.
Fiel a su aventura
nunca se entretiene
ni hace parajes
en los rascacielos de prosa de oropel.
Prefiere narrar
su Patria de cada día
con el idioma blanco y negro
de su plumaje.
Enlace de cantera
Juguetean
veredas
de la infancia.
La inocencia
explora laberintos.
Sortijas
de humo petrificado.
Ayer se casó Fígaro;
hoy solamente hay cenizas.
Alianzas
de ceguera
se aventuran
al timón incierto
de un triángulo amoroso.
Listones
adiestrados.
Rutina perfecta
de la luna gimnasta
en la Olimpiada de Venus.
Danza
de los siete velos.
Es la misma Salomé
que pide otra vez a Herodes
la cabeza del Bautista.
La cartuja
¡Déjenla!
No la toquen.
Es una cartuja,
es una célibe.
Estoy seguro
que la adiestró un samurái.
Siempre sale ilesa
con el acero de sus ojos grises
y su ornamento de virgen medieval.
Cada vez
que la acosan
nada le hace mella:
ni los recados concupiscentes del rey Eros
ni los dardos amorosos de Cupido.
De una cosa estoy cierto:
el día que hable
abdicará a su claustro,
el misterio se vendrá abajo,
entonces ella abrirá
su castillo de siete llaves.
La catedral
Nave
de Pedro
encallada
entre acantilados de plegarias
y cardúmenes humanos.
Roca descomunal.
Colmena singular:
entran romerías
de avispas empecatadas
y salen ovejas contritas.
Bocas
agigantadas
de añosa madera,
hechas a propósito
para devorar fieles
y evangelizar paganos.
Lenguas
de Murano
destinadas a exclamar:
¡Vade retro, Satanás!
cuando las tentaciones
se agolpan en calles y plazas.
Si no fuera
por esas lobas
de tetas sonoras,
Rómulo y Remo
ya hubieran muerto de inanición.
Sobre los campanarios
andan dos monaguillos
con la intención
de imitar a Ícaro;
se quedan alborotados
por lo grávido de sus alas.
Mellizos colibríes
que se obstinan,
desde hace siglos,
en libar el néctar
de las jacarandas viajeras
y la rosa bermellón de los ocasos.
Llamaradas de un mismo parto.
Caballeros andantes
de estas llanuras de Dios;
con sus lanzas ancoradas
destierran al eólico Luzbel
para que su poder no prevalezca
sobre la Nueva Galicia.
Muchos argumentan
con la sapiencia de un Kaspárov:
sin caballos ni peones
se perderá la guerra en cada partida.
Bastan el rey y la reina,
alfiles y torres
para ganar la batalla,
así lo dice desde su cripta
el obispo Aranda y Carpinteiro.
Si no fuera
por el exorcismo diario
de los canónigos
a la hora de maitines,
Guadalajara sería
pasto de Atila
y dominación del diablo.
Denle gracias
a San Miguel Arcángel,
que todavía domestica
con su espada de centurión celestial
al mutante dragón
de siete cabezas y siete diademas.
El sermón de una soprano
A Guadalupe Blanco,
solista del Colegio de Infantes de
la Catedral Metropolitana de Guadalajara
Cada domingo,
después de las vísperas,
ella aparece en la catedral
entre su séquito de togas
y parvadas de incienso.
Cada domingo
con puntualidad litúrgica
le da por celebrar misa a su manera.
Amurallada de salmos,
su voz salomónica se incorpora y escala
todos los peldaños de un pentagrama
como si fuera una sacerdotisa etérea.
Luego predica
desde el gutural púlpito
el Sermón de la Montaña.
Sus palabras
son fermento de uvas blancas;
aguas del Tiberíades
que irrumpen y retocan
los bíblicos vitrales.
Sus matices
son tan persuasivos, tan infinitos
que hacen levitar el alma
entre una muchedumbre de silencios.
Al final
todos quisieran
tocar la orla de su alba
o robarle un hilo de su canto.
Cada domingo,
después de las vísperas,
ella multiplica
los cinco panes y dos peces.
Mater Dolorosa
A la Dolorosa del templo de La Merced
No fueron ellos, fue mi carne baldía
la que flageló a tu fruto divino,
yo le acerqué la lanza de Longinos
para desatar el mar de su agonía.
¡Clávame! Capitana de la angustia
en el madero de tus siete espadas.
Deja que oigan mis huellas descarriadas
el silbo de tu Cristo que se mustia.
Soy de Judas el beso renacido;
me salvas del infierno merecido
rompiendo del pecado las cadenas.
Dame, madre, tus manos y tus dagas,
quiero sentir las florecidas llagas
de tu hijo que tampoco me condena.
Tormenta en Guadalajara
Una milicia
de nubes avanza.
Zeus, con su carro de guerra,
desbarranca
el ronco trueno.
¡Qué diablo de Gedeón
es este! que a una señal
de trompetas de agua
roba todos los cántaros
de la celeste Tonalá.
Luego los detona
en un relámpago de teas,
mientras su ejército anfibio
sitia y toma por asalto
el Valle de Atemajac.
Poema de humor negro
A Guillermo del Toro
Me llamo Balbina.
Soy la nana de Memo.
Como verán, sus monstruos
no son criaturas de la nada.
Son partos, sin control, de mi amo.
¡Silencio!… Silence, please!
Afinen el caracol de sus oídos.
Si escuchan pasos, gritos,
o una detonación, díganmelo.
Hace días, la niña Ofelia
fue a entrevistarse con un fauno
en un laberinto, y no ha vuelto.
¿Qué les parecen estos engendros in vitro?
Al principio, asustan;
luego, el horror es cosa doméstica.
Para el niño Memo
son frutos en almíbar;
despiertan tal dulzura
que todas las mañanas los acaricia
frotando sus cerebros cristalinos.
¡Vaya milagro!
A más de uno logra sacarle
una sonrisa siniestra.
Me conmueve su silencio.
Aunque yo no los parí, soy su nodriza.
¡Miren mis senos, casi despezonados
de tanto dar pecho!
Después de amamantarlos
ellos caen en un letargo
con los ojos abiertos.
No es por presumir,
pero su piel color leche
la sacaron de mí.
Otros son prematuros,
viven en el limbo de su cunero.
Aclaro que no es culpa mía;
es prescripción del tiempo pediatra;
él no se ha dignado darlos de alta.
A través de los signos mudos del agua
yo, al igual que Elisa,
adopté al anfibio de hirsutas algas
y ojos de océano revuelto.
Yo lo enamoré con huevos.
Cuando supe que lo torturaban
en una piscina de experimentos,
fui a rescatarlo de la cadena constrictora.
Lo envolví entre las sombras
y abordamos el caballo negro del viento.
Cuando llegamos al muelle
su mirada se inundó de gaviotas.
Luego las olas,
como si fueran una manada de focas,
vinieron a lamer sus pies de carey.
Entonces el mar
se abrió como una catedral.
Juro que oí tocar a Mendelssohn
su Marcha nupcial allá dentro.
Luego escuché
que Poseidón preguntaba:
“Elisa, ¿aceptas a Fishman
como tu legítimo esposo?”
Antes de que la novia,
totalmente emperifollada de perlas,
diera el Sí con su índice,
el director de escena gritó:
“¡Coooorte!”
El grito suscitó un oleaje de rumores.
Después de unos segundos
la calma volvió al recinto
mientras la Unidad Táctica de Pirañas
hacía su trabajo limpio:
expulsó de la ceremonia
a infiltrados paparazzi
que se habían disfrazado
de amorosos delfines
para fotografiar la boda.
Dicen que en la gran comilona
se sirvió como plato fuerte
mandrágora a la Faunus.
Los recién casados
viajan por los océanos
en el vientre de una ballena.
Aquí se rompió una taza…
colorín de luna negra.
*Un caballo llamado Sneeze
Mefisto subió al quinto descanso
del Purgatorio para censar almas;
rompió un sello y brotó un remanso.
Opulentos y avaros se devoran
sin reposo en un légamo de brasas;
pelean el oro que ya no atesoran.
Con genes de Epulón y la Avaricia
Lucifer insufló vida a un equino
que el conde Virus guía con nequicia.
Según la Biblia, son cuatro caballos
cuatro jinetes del Apocalipsis…
el quinto es Sneeze, el de crines bayas.
Sus relinchos no son de animalidad,
es más bien su tiara de bacterias
la que tiene sitiada a la humanidad.
Incoloro galope al tacto aterra.
El espectro del miedo prevalece
en todos los confines de la Tierra.
A su paso derrumba vidas, tiembla
el poderoso, colapsa monedas,
naufragan naciones en la niebla.
El centauro de esta Troya ha burlado
todas las murallas de nuestra piel,
los buitres echan suerte con los dados.
Crepitan genomas en la fogata
troyanos buscan polvo de su polvo;
ingenuos, Thánatos todo arrebata.
No desafíes a Sneeze, no seas necio.
Mañana el depredador se mutará,
perderás todo lo que hoy tiene precio.
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