El guijarro de la avalancha
Ensayos de Luis Rico Chávez
Un nuevo proyecto
Muchos de los autores (españoles, argentinos, brasileños puertorriqueños, costarricenses, salvadoreños, colombianos, e incluso vieneses y croatas, entre otras nacionalidades) ostentan una larga trayectoria literaria, y su obra ha aparecido en diversos soportes, medios y espacios (tanto físicos como virtuales).
A partir de este material, y con la anuencia desinteresada y generosa de los artistas, se integra esta nueva biblioteca digital, con las miras puestas en ediciones impresas, si los recursos y algunas voluntades lo permiten.
He dedicado los últimos años de mi carrera profesional a la edición de la revista digital www.agora127.com. Muchas son las satisfacciones y aprendizajes obtenidos durante este tránsito. Y, para mí, lo más significativo, el contacto con diferentes voces, alientos y estilos literarios, que abarcan diversos ámbitos del orbe.
Estos afortunados encuentros me motivan a iniciar un nuevo proyecto, el de Ágora127 Libros, que tiene como propósito conjuntar y sistematizar el material aparecido en la revista, de manera ininterrumpida, desde hace casi una década, ahora a manera de libros digitales.
La literatura es el espacio de la imaginación que nos permite transportarnos a otros lugares y a otros momentos donde la vida alcanza plena libertad
Ensayos
El espacio de la vida
Talleres de creación
Vamos a jugar
Historia de una injusticia
La farsa de las tutorías
Nivel de cumplimiento: 100
FIN DE SEMANA. OTOÑO
Me sentí más que satisfecho: mi labor de terrorismo rindió frutos. Observaba embelesado la lista, un café humeante a un lado. Fin de semana, sin el estrés de aguantar el fragor cotidiano de la escuela. Un trago al café y nueva ojeada a la lista. No había error: de los cincuenta estudiantes, sólo tres me quedaron a deber trabajos.
El ciclo llevaba un cincuenta por ciento de avance, así que el semestre prometía. Repasaba una y otra vez momentos como este, en el pasado, y no recordaba un rendimiento del 94%. A lo más que había llegado, si mi memoria no me engañaba, era a un 70, 80% de cumplimiento.
No me sacaba de la cabeza que la razón de tan elevada cifra (en mi evaluación idealizada equivalía a un nivel de cumplimiento del cien por ciento) se debía al grado de atosigamiento y presión a que sometí a mis alumnos: con cara de profesor abrumado por las deudas, en fin de quincena, les exigía que entregaran los trabajos; los llamaba de manera individual y ante mi escritorio (ponían jeta de niños compungidos y que reciben estoicos el regaño) les pintaba el negro panorama que los aguardaba a final del semestre de no cumplir con mis exigencias: “Lee, redacta, toma notas, busca palabras en el diccionario, explica, explica, explica”.
Otro trago al café me hizo reparar en este cuadro: anteriormente mi actitud había sido otra, algo así como la de un profe titular, que se lleva la vida relajada, que llega al salón y les habla a los muchachos en tono mesurado, paternalista, no se preocupen, mañana me entregan la tarea, el examen lo dejamos para la siguiente semana, todos tienen asistencia… lo que daba como resultado que les caía bien a mis alumnos, pero se relajaban a tal grado de que su rendimiento bajaba.
Me atraganté con el café: de ser el profe simpático me convertía en el ogro que ellos suelen odiar. ¡Pero cumplen!, me decía una vocecilla que quería romper mis escrúpulos. Disyuntiva peligrosa: capataz con látigo que eleva el rendimiento y la producción, o papi halagador que complace y los hace felices sin forzarlos a asumir sus responsabilidades. Apuré el café, mi decisión estaba tomada: que me odien.
INVIERNO. FIN DEL SEMESTRE
Y me odiaron. Ahora, además de la lista (sin café, porque me sabe amargo), tengo ante mis ojos la hoja de evaluación de mis alumnos: pésimo. Aunque en el rubro que dice: “Nivel de exigencia” pusieron la máxima calificación.
Y la lista no miente. El nivel de cumplimiento de los estudiantes se mantuvo en el 94% (que para mi mente idealista, insisto, equivale al cien por ciento). Aplauso a los números, ¿no?
Sin embargo, hay otro detalle: acabo de revisar los trabajos finales y ni el diez por ciento cumplió con el mínimo de los requisitos solicitados, ni siquiera lo externo y más obvio: la portada con sus datos, la organización de la información, la inclusión de un índice y del material bibliográfico consultado. Ya no quiero considerar la redacción y mucho menos la ortografía.
¿Qué les pasa a estos muchachos que llevan más de diez años de su vida perdidos en las aulas? Descubro con amargura (sin café) que lo único que han podido enseñarles los profesores de educación básica (y ellos dejarse enseñar) ha sido a cumplir.
Pero si una máquina barredora, por poner un ejemplo, recoge la basura, cumple su cometido. Si una lavadora limpia la ropa, cumple; si un vehículo me transporta hasta mi destino, cumple. ¿Qué mérito hay en ello? ¿De qué sirve que los estudiantes aprendan a cumplir, si no aprenden a aprender?
Como debe ser, al final del semestre no hay certezas, sólo incertidumbres, dudas, retos a vencer el próximo semestre (a menos que me saque la lotería, que me herede una parienta millonaria y desconocida o que me ofrezcan por fin el trabajo como investigador en Oxford, Cambridge o la Complutense) pero con el agobio de saber que lucho contra inercias de años, contra vicios inveterados, contra mañas mal habidas y fomentadas por un sistema al que no le importa la educación, lo cual no se palia (como lo creí ingenuamente al principio) con un nivel de cumplimiento de cien.
Secciones
Páginas
El texto se divide en tres partes: 1. Leer, aprender, vivir; 2. Vida universitaria; 3. Tutorías, las cuales, desde mi perspectiva, sintetizan los momentos más relevantes de mi tránsito académico y lo que para mí representa la educación: la lectura como un aspecto fundamental no sólo de la enseñanza, sino también de todos los ámbitos de la vida; la universidad no es una institución fría, burocrática, sino que en ella directivos, personal universitario, docentes y estudiantes dejamos parte de nuestra vida, para bien y para mal; y por último, la tutoría es el ámbito que permite un acercamiento entre los profesores y los bachilleres, estableciendo una relación más cercana, cordial, emocional.
Luis Rico Chávez
Nació en Cajititlán de los Reyes, Jalisco, México, el 18 de diciembre de 1966. Doctor en literatura y lingüística por la Universidad de Guadalajara. Ha publicado poesía, narrativa y ensayo. Profesor de tiempo completo con 28 años de antigüedad en esta misma institución. Promotor de lectura, ha diseñado e impartido cursos y talleres, para profesores y estudiantes, de análisis de textos, gramática, ortografía y creación literaria. Director, editor, colaborador y fundador de revistas culturales y académicas como Diez, Diserta, Aula abierta, Novum. Trabajó como editor y colaborador en el diario El Occidental de Guadalajara y en la edición Jalisco de la revista Proceso. Colaborador y corresponsal de publicaciones hispanas en Texas como El Papel de San Anto, Prensa Libre Internacional, El Día, El Heraldo News. Su obra ha aparecido en publicaciones de circulación local, nacional e internacional. Director editorial de la revista digital www.agora127.com. Su página web: www.luisricochavez.com.
Obras
La edad de oro. Ensayos de literatura y ciencia para niños (SEMS-UdeG 1999); La historia como suceso cotidiano (STAUdeG 2019). Ala del silencio (Libros invisibles 2019, poesía); El guijarro de la avalancha (Ágora127 Libros 2020).
Otros títulos
Elizabeth Hernández
Luis Rico Chávez
Rubén Hernádez
José Ángel Lizardo
Próximo título
A remo del viento
Poemas de José Ángel Lizardo
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