Traficantes de oro rojo
Efraín Franco Frías
La obra pueda ser interpretada por una sola actriz. Cada escena es una historia acabada, unida al conjunto por la temática. El director/a puede elegir las escenas que considere pertinentes para su montaje, de acuerdo con el espacio que disponga, el tiempo o el público a quien vaya dirigido. De igual manera pueden ser varias actrices las que den vida a la obra, pero la idea primigenia es que se maneje como unipersonal para que la actriz responsable tenga la posibilidad de mostrar y explotar sus cualidades y capacidades histriónicas.
Personajes que integran la propuesta escénica
Nancy: Enfermera, 40 años, se conserva con buenas formas; divorciada, tiene un hijo de 10 años. Viste de manera informal, le gusta la música tropical.
Madre indígena: 45 años pero aparenta más edad. Viste huipil blanco. Habla fluidamente el castellano pero tiene un marcado acento que delata un sustrato lingüístico de la zona maya.
Sara: Mujer de 40 a 45 años, protestante de origen hispano, se viste de manera convencional, acorde a las normas religiosas. Predicadora convencida.
Alicia Villalobos: Anestesióloga, 40 años de edad, guapa, hija de familia pudiente, lúcida, educada y pragmática. Viste uniforme de médico.
Teresa: Mujer de extracción popular, viste ropa provocativa, muy ajustada, de mal gusto. 40 años. Casada, tiene tres hijos.
Janet: 45 años. Empresaria exitosa. Inteligente, guapa a pesar de las enfermedades. Paciente con problemas de páncreas y riñones. Viste con bata del hospital.
Madre de Alberto: Mujer de 40 a 45 años, vestida con ropas oscuras que denoten su luto. Rostro adusto. Clase media alta.
Escenografía
La escenografía está conformada por una serie de redes que penden del techo y aforan, así como de los laterales, que harán las veces de puertas y ventanas. El piso tiene pintada una red. Junto a las redes colgantes, en lugares estratégicos hay órganos: corazones, hígados, riñones, pulmones, ojos, con luces integradas que se encenderán y se apagarán de acuerdo con las necesidades. Los órganos estarán provistos de mecanismos que les permitirán descender o subir e incluso desaparecer. Una mesita, dos sillas con respaldos con dos pulmones tallados en madera o en otro material llamativo; una lámpara en forma de corazón y una silla de ruedas. Es importante que haya guillotinas, pantallas o superficies en las que se puedan proyectar videos o imágenes, estas, preferentemente deben estar atrás de las redes para que las imágenes que se proyecten también se vean atrapadas.
Las acciones ocurren en una ciudad cualquiera de América Latina. Época actual.
Escena I
De todos modos Juan te llamas
Nancy, mujer de 40 años, enfermera. Viste informal. Días de asueto.
Nancy: (Luz de día. Nancy entra radiante, trae audífonos, canta y baila con una bolsa de mandado.) ¡Ah, cómo me gusta esta canción! (Gritando.) ¡Juan, ya llegué! (Saca y acomoda las cosas que trae en la bolsa. Lo hace al ritmo de la música que escucha. Se quita el audífono de una oreja.) ¿Hijo, quieres fruta? Te traje menudencias. ¿Cómo quieres que te las prepare? ¿Con muchas verduras? (No responde. Se pone el audífono, tararea la canción, saca de la gran bolsa riñones, páncreas, hígados, corazones y los cuelga en la red. De hecho las vísceras le dan un sentido grotesco a la situación en tanto que la historia se apega más a un realismo naturalista.) Con arrocito me van a quedar para chuparse los dedos. Creo que también voy a preparar algo de pipián y agua de Jamaica. (Tocan la puerta. Insisten los toquidos que se fusionan con latidos.) ¡Hijo, abre la puerta! (Tocan nuevamente.) ¡Juan, abre la puerta! (Juan no responde. Nancy se seca las manos en la ropa y se dispone a abrir.) De seguro se fue a jugar otra vez con sus amigos y yo aquí gritando como loca. (Con precaución abre la puerta. Voltea para todos lados, no encuentra a nadie.) ¡Vaya, algún bromista! (Regresa a sus labores. Tararea la canción que escucha por los audífonos. Suena su celular varias veces. Contesta.) Bueno, sí, con ella habla. Sí, soy la mamá de Juan. Bien gracias. ¿Qué? ¿Qué dice? ¿Qué le pasó? ¿Hizo algo malo? ¿Nada? ¿Entonces por qué se lo llevaron? ¿Quién es usted? No me lo va a decir. Está bien, pero dígame, ¿a dónde se lo llevaron? ¿Qué quieren? ¿Cómo sé que es verdad lo que dice, que no es una broma? Ustedes no bromean con la vida. Comuníqueme con él entonces para que le crea. Juan, hijo, ¿estás bien? Dón… Sí, ya lo oí. Pero dígame señor, ¿qué quieren? ¿Por qué lo tienen con ustedes? Lo que usted diga. Está bien, me callo y espero sus indicaciones. No señor, no hablaré con la policía. Sí señor, haré lo que me digan. Sí, sí, espero su llamada. (Desesperada se asoma por las aberturas de la red. Trata de romper la red, de escapar por las aberturas, abre y cierra la puerta, observa la calle. Marca enloquecida un número.) Mamá, mamá, sí, soy Nancy, ven por favor, es urgente. No te lo puedo explicar por teléfono. Secuestraron a Juan. Se lo llevaron. No se lo digas a nadie, a nadie. Ven sola. Deja lo que estás haciendo. Sí, te espero, ven pronto por favor. (Camina para todos lados, se enreda en la red, se suelta, arranca alguna víscera y la estruja entre las manos. Se sienta en una silla, se lleva las manos a la cara, llora. Suena el teléfono. Deja la víscera sobre la silla.) Sí, diga. Sí, soy yo. ¿Por qué hablas a estas horas, Ernesto? No vas a poder venir a traer la mensualidad. ¿Cuántos días? Dos o tres. Está bien. No se encuentra aquí, se fue… a jugar con sus amigos. Claro que estoy segura. ¿Por qué me lo preguntas? Me oyes extraña. Estoy nerviosa pero nada más. Sí, un poco por el dinero, hay que comprarle a Juanito algunas cosas que le pidieron en la escuela, pero ya veré cómo lo resuelvo. Está bien, en cuanto cierres un negocio vienes. Cuando llegue yo le digo que hablaste. Sí, le digo que no vas a pasar mañana por él porque vas a estar fuera de la ciudad. Hasta luego, Ernesto. Ernesto… no nada, hasta luego. (Cuelga el teléfono. Inmediatamente suena de nuevo.) Sí, bueno, bueno. ¿Ernesto, eres tú? Sí, bueno, bueno, por favor contesta. ¡Ah, es usted! Es que no lo oía. No señor, no hablé con la policía. Me habló el papá del niño, no, señor, no le dije nada, se lo juro. Díganme, ¿qué quieren? Yo no tengo dinero, vivo de mi trabajo, pero puedo pedir…. ¿Qué? ¿Nada? ¿Por qué se lo llevaron entonces? ¿Hizo algo indebido? Si no hizo nada, ¿por qué lo… ? Sí, entiendo. Dígame qué hago, qué quieren que haga. Yo hago lo que me pidan pero por piedad regrésenme a mi hijo. No le vayan a hacer daño por lo que más quieran. Sí. Sí, señor, espero su llamada. No, no se lo diré a nadie, cuando me… bueno, bueno… (Absorta, casi ida.) No, no se lo diré a nadie. (Escenas rápidas en varias partes del escenario y la red. Tocan a la puerta, luego los toquidos se fusionan con fuertes latidos. Nancy coge una víscera, la mira; se sienta derrotada. Cambia de actitud. Se para y avanza hasta el proscenio. Declarando en el proscenio-ministerio público y en varios puntos de la red.) A las tres de la mañana me hablaron, habían dejado a Ivo fuera del hospital donde trabajo, abandonado a su suerte. (Rompe, se dirige a otros sitios.) ¿Mamá, estás aquí? Dime que no te has ido. Te necesito, mamá, ahora más que nunca. No se lo digas a papá, no vayas a la policía. ¡No hables, mamá, por lo que más quieras, no hables! Sí, licenciado, lo dejaron fuera del hospital, estaba inconsciente y todavía anestesiado. Le faltaba un riñón, solo eso. Ya se está recuperando, el doctor George y la doctora Alicia lo están atendiendo, ellos saben mucho de eso. Los criminales de seguro sabían dónde trabajaba yo porque allí lo llevaron para no poner en riesgo su vida. Trabajo allí como enfermera desde hace 20 años. Ya se los dije, se lo llevaron ayer, no sé a qué hora, yo fui al mercado a media mañana y cuando regresé él ya no estaba. Tocaron la puerta pero no era nadie, luego empezaron las llamadas de un señor que nunca me dio su nombre, me ordenaron que no diera aviso a la policía porque si lo hacía iban a lastimar a mi hijo, yo solo le hablé a mi mamá. Ah, este, es el número de Ernesto, el papá de Juanito, estamos divorciados desde hace cinco años, él tiene otra familia, compra y vende carros; me habló para decirme que no iba a depositar la mensualidad de los alimentos, que estaba por cerrar un negocio y se iba de la ciudad, que no iba a recogerlo el fin de semana. No, nada raro, licenciado. Ivo, me dice que no recuerda nada, lo vendaron de los ojos y luego lo anestesiaron, no vio el rostro de nadie, solo oyó que eran varias voces. ¿Ivo? ¿Quién es Ivo? Es mi hijo, así lo llamamos en familia, era el nombre que Ernesto quería ponerle, pero ya en el registro decidió llamarlo Juan, como mi papá… (Pausa. Recapacitando.) Licenciado, cuando me avisaron los secuestradores que lo habían dejado afuera del hospital lo llamaron Ivo y ese nombre solo se usa en familia. (Tocan la puerta, los sonidos se fusionan con fuertes latidos. Nancy se pone audífonos, se los quita de una oreja, se escucha parte de su música estridente. Arranca y arroja mientras habla a las vísceras que había colgado.) No, hijo, no abras, jamás abras esa puerta sin preguntar antes quién es. Ahora tú también empiezas a entender que la vida es un infierno. Solo eso. Un infierno. Aquí no importa nada. A nadie le importa nada. Bueno, sí, a unos cuantos. La mayoría, después de condolerse continúan su vida. El dolor no se contagia. Así debe ser. Creo que así debe ser. Nosotros somos los que cambiamos porque nunca volveremos a ser los mismos. En nuestro ánimo se forma algo así como una verruga, como un mezquino canceroso. Pero la vida sigue y a pesar de todo tenemos que vivir. (Se pone los audífonos, pone las vísceras en la bolsa grande y sale. Se escucha una música estridente. Oscuro.)
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